Sobre las falocracias feministas
La co-optación disfrazada de "liberación" es una táctica escalofriante para ubicarnos en la máquina voraz de poder contemporánea, en la cual la labor del operario fascista reposa sobre uno mismo. Una forma astuta de volver inventario de producción las reivindicaciones históricas.
Atrapadas en esta maquinita sórdida, intentamos resistir ser el operario y el producto que se nos exige ser y nos aventuramos en reclamar mundos posibles, islas desiertas de multiplicidades inimaginadas, de libertades que aún no sabemos nombrar, pero retornamos al embalsamamiento y la clausura ante el ofrecimiento de identidades estáticas perfumadas, que finalmente favorecen a los mecanismos y entramados de poder y terminamos reensamblándonos a la máquina.
Mi proposición es: si queremos ser consistentes, debemos resistirnos a la pregunta por la identidad. Si Burguer King y El Espectador están participando activamente en la construcción de nuestras subjetividades, ¡hay que sospechar! ¡resistir a ser la parodia de la feminista! ¡no dejarse ser la marca registrada del anticapitalismo!
Los mismos que nos imponían ser discretas y biensentadas nos quieren cristalizar valientes, fuertes, sororas, libres: etiquetas como de película de Marvel; muy peligrosas porque desprecian y anulan las condiciones reales en las cuales se manifiestan las multiplicidades del proceso sin telos (destino específico) que es "estar siendo" mujer en la contemporaneidad de la soberanía extranjera sobre el sujeto en devenir. Esto es, nos sitúan en la posición de valientes y fuertes ante el asedio permanente de la violencia patriarcal, condición sin la cual no tendríamos la obligación de sujetarnos a esa valentía y fortaleza. Cínico, ¿no?
Hay que tener mucho cuidado de temer interpelarnos, ¡no hay que temer formar una gran máquina problematizadora! El ejercicio de género siempre se hace a través de un otro, empero hay que resistirse a que sea a través de las exigencias de las vidas protegidas por la maquinaria de guerra que no participan de la práctica del devenir-mujer más que para señalar con el dedo para dar un reconocimiento diferencial, ¡siempre hay que sospechar de esas intenciones! Es urgente revisar nuestra responsabilidad y performatividad feminista: en la diferencia nos construimos, licuamos y deconstruimos. La identidad totalizante es una trampa atractiva, pero neutralizante: permanentemente, juntas, estamos deviniendo-otra. Reconocernos con las diferencias es el desafío.